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Showing posts from April, 2020

En memoria...

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Hacía años que no me dedicaba de lleno a lavar ropa, solo una que otra vez, en circunstancias extraordinarias. ¡Qué lujo! La montaña de ropa se acumulaba en el cesto hasta verse como el Pico de Orizaba y de repente, ¡fum! desaparecía. Como si llegara con pico y pala, y a tiempo para evitar una erupción, Mari comenzaba a separar la ropa: la de Daniel, la de Caleb, la de Pablo, la mía; la blanca por aquí, la de color por allá, la ropa íntima, las sábanas... Poco a poco los montículos pasaban de la lavadora a la secadora y de la secadora al cesto donde Mari ponía la ropa ya doblada para regresarla a sus respectivos cajones. Mari tenía un método y era implacable: ¡Cuidado con revolver la ropa! ¡Sobre todo la de su Chavi (de la palabra chubby, que significa regordete en inglés). Ese era el apodo con que Mari bautizó a mi hijo Caleb. Mari movió montañas y no solo de ropa. Mari quedó huérfana a los 12 años y prácticamente desamparada. Tuvo que aprender a valerse por sí misma emocional y

El pilar

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En la casa de mi abuelita, cerca de la jardinera y la escalera, hay un pilar que se levanta imponente donde comienza la sala que, por su amplitud, siempre fue el lugar ideal para jugar cuando éramos niños, sobre todo para jugar a las cebollas. Aunque la ronda de primos que llegó después de los mayores también jugó allí a las cebollas, nuestros compañeros de juego fueron los Alafita y Chuchín. A lo mejor me lo estoy imaginando, pero recuerdo a mi tío Martín arrancando uno por uno a Víctor, a Paco, a Poncho, a Beto, a Arturo y a Chuchín. Una tras otra, entre risas y pujidos, se iban soltando del manojo las cebollas hasta que, al final, el único que quedaba era el pilar. A espaldas del pilar y de la jardinera, está la antigua cochera donde mi abuelo estacionaba su famosa combi anaranjada; ahora solo hay cachivaches: las cosas que mis tíos trajeron de la tienda de discos y electrodomésticos de mi abuelo cuando él murió. El polvo de los años se ha ido acumulando sobre herramientas

Life of "P"

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We made the trip mostly in silence. The songs from the Maranatha Music album came softly through the speakers adding to the melancholy of the moment, "Give ear to my words, O Lord. Consider my meditation. Hearken unto the voice of my cry, my King and my God..." We were on our way to the airport, my parents and I. I had just finished high school, and the idea of going to college overwhelmed me with fear. Instead, I was to spend a year in Chicago studying English. Lupe and her husband Fadi picked me up at Chicago O'Hare. "Hola, Perlita. Bienvenida."  Fadi welcomed me with a smile. I had known Lupe since I was a child when she played on the women's basketball team my father coached. As we drove, I took in the sights of the skyscrapers and the lights. I took in the unfamiliar territory, and the voices that, though friendly, sounded foreign to me. Lupe and Fadi welcomed me into their small apartment and introduced me from day one, as a result of their mixed