En memoria...

Hacía años que no me dedicaba de lleno a lavar ropa, solo una que otra vez, en circunstancias extraordinarias. ¡Qué lujo! La montaña de ropa se acumulaba en el cesto hasta verse como el Pico de Orizaba y de repente, ¡fum! desaparecía. Como si llegara con pico y pala, y a tiempo para evitar una erupción, Mari comenzaba a separar la ropa: la de Daniel, la de Caleb, la de Pablo, la mía; la blanca por aquí, la de color por allá, la ropa íntima, las sábanas...

Poco a poco los montículos pasaban de la lavadora a la secadora y de la secadora al cesto donde Mari ponía la ropa ya doblada para regresarla a sus respectivos cajones. Mari tenía un método y era implacable: ¡Cuidado con revolver la ropa! ¡Sobre todo la de su Chavi (de la palabra chubby, que significa regordete en inglés). Ese era el apodo con que Mari bautizó a mi hijo Caleb.

Mari movió montañas y no solo de ropa. Mari quedó huérfana a los 12 años y prácticamente desamparada. Tuvo que aprender a valerse por sí misma emocional y económicamente. Quiso estudiar una carrera universitaria, pero no pudo costearla. Se vino a los Estados Unidos en busca de una mejor vida, o al menos una vida con menos penas, pero también aquí sufrió. Sufrió el abandono del padre de su hija. Sufrió el sueño roto de formar una familia. Sufrió de cáncer... pero siguió adelante. Como un alpinista que se pone una meta, Mari se repetía: "Yo no me voy a rendir. Yo voy a seguir luchando". Así fue. Mari llegó a ser supervisora del tercer turno de un almacén de DHL y recibió un reconocimiento a nivel nacional por su excelente desempeño. Su limitado inglés fue una barrera, pero no insuperable. Mari le entraba a todo y ayudaba a los empleados a su cargo a sacar todo el trabajo. Se armó de valor, crió a su hija ella sola y le inculcó la terquedad necesaria para triunfar. Luchó contra un cáncer rarísimo y superó toda expectativa. Nueve años le tomó al cáncer matarla cuando en teoría estos pacientes nada más viven unos cuatro. Mari se caía a veces y perdía terreno, pero se volvía a levantar y comenzaba a subir una vez más. "No me voy a rendir".

Mañana, 1 de mayo, Mari cumple dos meses de muerta. Si nos apegamos al lenguaje al que generalmente se recurre cuando alguien muere de cáncer, habría que decir que perdió la batalla, pero a mí ese lenguaje no me gusta. No me gusta que se hable de vencedores y de perdedores frente a una enfermedad, cuando, en realidad, está fuera de nuestro control. "No me voy a rendir" no era la única frase que Mari ocupaba seguido. En medio de su dolor, en medio de un problema sin solución, en medio de preguntas sin respuestas y, sí, en medio de quejas, multitud de veces me dijo: "Estoy muy bendecida, Perla".

Gracias, Mari, por el ejemplo que nos dejaste. Sí, el ejemplo de luchar, pero más que nada el ejemplo de confesarte bendecida una y otra vez, a pesar de que si uno mira tu vida, claramente se ve que no fue un lecho de rosas.



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