Reflexiones sobre la esperanza

Simeón y la esperanza

Cuando se cumplieron los ocho días y fueron a circuncidarlo, lo llamaron Jesús, nombre que el ángel le había puesto antes de que fuera concebido. 22 Así mismo, cuando se cumplió el tiempo en que, según la ley de Moisés, ellos debían purificarse, José y María llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. 23 Así cumplieron con lo que en la ley del Señor está escrito: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor». 24 También ofrecieron un sacrificio conforme a lo que la ley del Señor dice: «un par de tórtolas o dos pichones de paloma». 25 Ahora bien, en Jerusalén había un hombre llamado Simeón, que era justo y devoto, y aguardaba con esperanza la redención de Israel. El Espíritu Santo estaba con él 26 y le había revelado que no moriría sin antes ver al Cristo del Señor. 27 Movido por el Espíritu, fue al templo. Cuando al niño Jesús lo llevaron sus padres para cumplir con la costumbre establecida por la ley, 28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios: 29 «Según tu palabra, Soberano Señor, ya puedes despedir a tu siervo en paz. 30 Porque han visto mis ojos tu salvación, 31 que has preparado a la vista de todos los pueblos: 32 luz que ilumina a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» 33 El padre y la madre del niño se quedaron maravillados por lo que se decía de él. 34 Simeón les dio su bendición y le dijo a María, la madre de Jesús: «Este niño está destinado a causar la caída y el levantamiento de muchos en Israel, y a crear mucha oposición, 35 a fin de que se manifiesten las intenciones de muchos corazones. En cuanto a ti, una espada te atravesará el alma.»

Lucas 2:21-35

Simeón esperaba la consolación de Israel, tal y como yo espero la consolación del mundo y la mía propia. En sus tiempos, como en los nuestros, las cosas tampoco marchaban bien. Había opresión, violencia, pobreza, injusticia, muerte, desesperanza. Quizá Simeón se preguntaba: "¿Hasta cuándo, Señor?" ¿Hasta cuándo? es una pregunta que no me he permitido hacer, porque he sentido que si la hago estoy dando por hecho que Dios es indiferente a nuestra situación. Sin embargo, quizá fue en una de esas ocasiones en las que Simeón hizo esta pregunta cuando el Espíritu Santo le reveló que no moriría sin ver al Cristo.

Lo que me llama la atención del cumplimiento de esta promesa es que Simeón la equipara con haber visto la salvación de Dios. ¿Por qué? ¡Si nada había cambiado! En ese preciso momento seguían bajo el yugo romano, víctimas de abusos, privados de su libertad, con una vida muy lejos de ser la mejor, muy lejos del Shalom.

¿Puedo yo declarar lo mismo? ¿Puedo vivir en el presente con una esperanza del futuro que me permita decir: "Mis ojos han visto tu salvación"?

Simeón reconoce también que la salvación de Dios futura no está libre de problemas. No, muy al contrario: el niño iba a ser una señal contra la cual hablarían. Habría oposición.

Por último, viene el golpe a María: "una espada te atravesará el alma". ¿Por qué? ¿Por qué tiene que haber sufrimiento? ¿Porque hay oposición? Es la posible respuesta que se me viene a la mente. Si las cosas siempre fueran conforme al deseo del corazón de Dios, conforme a su voluntad, no habría violencia ni injusticia ni dolor, pero hay oposición, la nuestra y la de otros, la de príncipes y potestades, la de huestes de maldad.

Las palabras de Simeón a María me hacen pensar en mis hijos; me hacen pensar en Caleb, específicamente, porque aunque ahora está bien y está conmigo, algún día una espada me atravesará el alma. La triste realidad es que esto es cierto para cada uno de nosotros. Ojalá podamos tener la misma esperanza que Simeón, la verdadera esperanza, la esperanza que no niega la realidad, sino que se basa en la confianza en un Dios bueno, revelado en Jesús, que algún día nos consolará.

Yo creía que para tener esperanza las cosas debían marchar bien, o que cuando menos debía haber indicios de que iban mejorando. Simeón me mostró cuán equivocada estaba.

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