"Escribo porque necesito recordar y superar. Es a partir de la memoria y un sentimiento de pérdida que la pasión de crear surge".
Isabel Allende
To Caleb
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A smile
Cooing
Laughter
Calling
Eyes which shimmer even if there is no light in them
A body which sways back and forth
Excitement in my voice received with gladness
He is here five years later
He is here, and I am happy
En la casa de mi abuelita, cerca de la jardinera y la escalera, hay un pilar que se levanta imponente donde comienza la sala que, por su amplitud, siempre fue el lugar ideal para jugar cuando éramos niños, sobre todo para jugar a las cebollas. Aunque la ronda de primos que llegó después de los mayores también jugó allí a las cebollas, nuestros compañeros de juego fueron los Alafita y Chuchín. A lo mejor me lo estoy imaginando, pero recuerdo a mi tío Martín arrancando uno por uno a Víctor, a Paco, a Poncho, a Beto, a Arturo y a Chuchín. Una tras otra, entre risas y pujidos, se iban soltando del manojo las cebollas hasta que, al final, el único que quedaba era el pilar. A espaldas del pilar y de la jardinera, está la antigua cochera donde mi abuelo estacionaba su famosa combi anaranjada; ahora solo hay cachivaches: las cosas que mis tíos trajeron de la tienda de discos y electrodomésticos de mi abuelo cuando él murió. El polvo de los años se ha ido acumulando sobre herramientas...
Si la calidad de nuestra vida solo se midiera en años, podríamos decir que mi abuelita tuvo una muy buena vida. Si agregamos otros factores: dónde nacimos, dónde crecimos, la relación con nuestros padres y nuestra pareja, nuestras oportunidades, la suerte de nuestros hijos, la salud, etc., etc., la vida adquiere los matices que la convierten en un complejo y no siempre venturoso recorrido. La vida de mi abue no fue la excepción. A lo largo de sus casi 98 años, mi abuelita sufrió penas que hicieron mella en su felicidad. Durante esta última etapa de su vida en la que las limitaciones físicas la obligaron a la inactividad, recordaba a menudo momentos de maltrato y de conflicto, de abandono y vulnerabilidad con velada tristeza y visible rencor. Con sus palabras, intentaba convencernos de que no le había dolido tanto (como si en lugar de corazón hubiera tenido un caparazón), y que los insultos y desaires se le habían resbalado. Mentira. Mi abue se sobrepuso a los reveses de la vida...
"Mom, how old is my cousin Erick?" "He is six." "Now I can imagine Caleb better... I can imagine him liking Pokemon. I can imagine him drawing. Mom, which do you think would be Caleb's favorite color?" I can imagine my second son, too. I have imagined him hiding behind me at the doctor's office. I have imagined him getting on my lap and asking me to read him a book. I have imagined him holding my hand as we walk. Here I am in a world I had indeed imagined as if looking in a dim mirror. After all, I have seen my reality play out in other families' lives for years in my role of medical interpreter at a children's hospital. Yet you have to live it to really, really know. And in our case, it turns out this world is also beautiful. Now I don't have to imagine how much a child with profound mental retardation can alter your world and shake up your ego. I don't have to imagine how, in spite of it all, you would not want him to be...
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