También le duele

Si el número de personas que la pasó a ver es indicativo de cuánto se le amaba, Mari era muy amada. Apuesto que el personal del hospital nunca había presenciado que a un ciudadano común y corriente lo visitaran tantos. Mari misma nos había dicho que quería morir rodeada de la familia, pero me imagino que esta cantidad rebasó sus propias expectativas. Mari era huérfana, pero su "familia" era enorme.

La gente que vino a verla quería orar por ella, despedirse, expresarle su aprecio y admiración. No faltó quien todavía esperara y clamara por un milagro, o que cuestionara por qué ya no se le estaba haciendo nada y, por supuesto, no faltó quien, en su afán de consolar, nos dijera poniéndonos la mano en el hombro: "A veces es difícil comprender los planes del Señor, pero Él sabe por qué hace las cosas".

Se iban unos, llegaban otros. Algunos venían solos, otros en grupo. Unos oraron por ella, otros le cantaron y otros le leyeron la Biblia. Todos buscaban el modo de bendecirla, de ayudarla, de ayudarnos, de ayudarse a sí mismos a hacer frente a la realidad de la muerte. Los cristianos no se escapan.

Hace unas semanas me topé con uno de los muchos versículos que le leyeron. El Salmo 116:15, tal cual se traduce en la versión Reina Valera de 1960, fue el único que se me grabó: "Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos". De uno u otro modo que no entendía, a Dios le importaba que Mari estuviera muriendo. 

Grata fue mi sorpresa encontrar este versículo traducido de manera un poco distinta en otras versiones. Como no sé hebreo, no puedo juzgar su precisión ni validez, pero confío en que los traductores han sido diligentes y que cuando menos las distintas versiones reflejan las posibles interpretaciones del texto:

"Mucho valor tiene a los ojos del Señor la muerte de sus fieles." NVI

"Mucho le importa al Señor la muerte de sus fieles." La Palabra

"Para el Señor es muy dolorosa la muerte de sus fieles." PDT

"Mucho le cuesta al Señor ver morir a los que lo aman." DHH

¡Sí! A Dios no solo le importó que Mari muriera. Al Señor le dolió, le costó verla sufrir. No voy a abordar aquí la pregunta de "¿por qué entonces no la sanó?" De por sí no tengo la respuesta. Hoy día, a un año de la muerte de Mari, me conforta saber que a Dios también le dolió, que le costó, que no es un dios frío, inmutable e indiferente. Yo espero que en medio del dolor, durante el proceso de la muerte, Mari se haya sentido muy amada por sus amigos, por su familia y, sobre todo, por Dios. ¿Qué más podría pedir uno que sentir en esos momentos el abrazo del Señor?












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