Primer encuentro: Fortino

Elvia y su prima cruzaron la mirada y se echaron a reír. Íbamos de regreso en la combi de mis abuelos tras pasar quién sabe cuántas horas nadando en "el cerro", como comúnmente lo llamábamos. Todas las tardes, mi abuelito Salvador y mi abuelita Susana subían a la colonia Burócrata en la inconfundible combi naranja, a limpiar la alberca y a desyerbar el terreno que ahora era el centro de las reuniones familiares.  

En sí, no tiene nada de raro ni de chistoso que alguien se persigne al pasar frente a una iglesia (millones de mexicanos lo hacen a diario). A menos, por supuesto, que dicha persona no sepa hacer la señal de la cruz y haga un simple garabato en dirección vertical y luego horizontal, que fue lo que hice yo cuando pasamos frente a la capilla de la Virgen de Guadalupe. No lo hice por respeto a Dios ni a la iglesia, sino por imitación y sentido del deber. Elvia y su prima se habían persignado y yo no quería quedar mal delante de ellas.

No vengo de una familia religiosa. Aunque me bautizaron de bebé, nunca asistimos a la iglesia y las cuestiones de fe no eran parte de las conversaciones de mis padres. La iglesia, para mí, no era más que un edificio donde entraban y salían personas a todas horas, que se persignaban y arrodillaban ante los altares de santos y vírgenes. Era el lugar de las procesiones en Semana Santa de supuestos judíos y romanos, de hombres y mujeres que avanzaban de rodillas o cargando cruces de madera como pago de una promesa para obtener el favor de Dios. Yo solo era espectadora de una función que no entendía y que nunca vi completa. ¿Y Dios? Dios era aire, sin definición ni nombre.



No recuerdo qué pasó primero y qué después. No sé qué edad tenía cuando fuimos a visitar a la familia de Fortino, el único amigo religioso de mis padres. Recuerdo vagamente una casa vieja con una mesa larga y un patio, y recuerdo la vez que nos hizo postrarnos antes de la comida y se puso a orar.

Tal palabra y tal concepto no eran parte de mi léxico en ese entonces, pero fue algo misterioso que sembró una semilla en forma de duda. "¿Será?" Esa fue la primera vez que escuché a alguien dirigirse a Dios, que escuché a alguien orar.

El sentido del deber y la curiosidad superaron mi timidez y esa noche imité al señor Fortino: Me postré en mi cama insegura de que las palabras fueran a traspasar el techo, pero oré. No creo que este intento de oración me haya salido mejor que la persignada que provocó la risa de Elvia y su prima, pero en esto al menos, ahora que lo pienso, no hay modo de equivocarse. Si bien mi concepto de Dios era nebuloso, estaba dando mis primeros pasos en la fe. 






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