Un niño en medio
Esta reflexión la escribió mi hermano Arturo para el servicio fúnebre de mi hijo Caleb.
UN
NIÑO EN MEDIO
Mateo 18:1 En ese momento los discípulos se
acercaron a Jesús y le preguntaron:
—¿Quién es el más importante en el reino de
los cielos?
—Les aseguro que a menos que ustedes cambien
y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos.
Jesús no suele dar respuestas
sencillas. Tendemos a banalizar la pregunta que los discípulos le hacen a Jesús
acerca de quién es el más importante en el reino de los cielos, como si se
tratara de una pregunta superficial, expresión de su egoísmo e intereses
propios. Ese es un error. La pregunta tiene mucho sentido e importancia. Se
trata de definir cómo serán las relaciones en esta realidad nueva y esperada
que es el reino de los cielos. Se trata de entender cómo vivirá cada quien
dentro de ese reino, qué rol le tocará jugar. La respuesta de Jesús no es
sencilla: toma a un niño, lo coloca en medio de ellos y advierte que, para
poder vivir esa nueva realidad, es necesaria una transformación.
Hoy, estoy seguro, existen muchas
preguntas acerca de la vida, de la muerte, acerca de Caleb. Y una vez más, no
se nos dan respuestas ni sencillas ni baratas. Ante todas ellas, Jesús vuelve a
contestar colocando a un niño en el centro.
Dios puso a Caleb en medio de
nuestras vidas y nos exigió a todos una transformación. Tuvimos que aprender
que no todas las vidas se viven igual. Que existen maneras distintas de vivir,
de estar y de amar. Se nos exigió una transformación de nuestra fe, de pasar del
Dios del dogma al Dios de cada día, al Dios que seca lágrimas y que también
acompaña nuestra risa, al Dios que a veces habla fuerte y a veces calla, pero
que siempre está.
Dios puso a Caleb en medio y tuvimos
que transformar nuestras palabras, aprendimos un lenguaje nuevo que sólo él nos
pudo enseñar. Tuvimos que transformar nuestros horarios de sueño, nuestra casa,
nuestra despensa.
Dios puso a Caleb en medio y a
nosotros nos puso de cabeza, porque hay cosas que sólo se pueden ver si nos
paramos de cabeza. ¿No me crees? ¿Has visto sonreír al cielo? La próxima vez
que veas un arcoíris párate de cabeza y verás que el pacto de Dios también se
selló con una sonrisa de colores. Caleb cambió nuestra forma de mirar, de
entender y también de “no entender”. Un niño en el centro exigió una
transformación de nuestro corazón.
Hoy tenemos que volver a ser
transformados. Debemos aprender a vivir sin él, a vivir, sí, con su amor, con
su recuerdo, con todo lo que nos enseñó, pero sin su presencia física. Tenemos
que aprender a esperar, de forma distinta, pero al fin a esperar.
En su primera carta a los
tesalonicenses, Pablo escribió, “luego los que estemos vivos, los que hayamos
quedado”. Hoy nosotros nos quedamos y quizás las preguntas sigan en nuestras
cabezas y Jesús seguirá contestando con un “a menos que ustedes cambien y se
vuelvan, no habrán entendido nada”. Mi oración es que, aunque no tengamos todas
las respuestas, hayamos aprendido a amar como Dios nos amó en Caleb; a vivir un
poco, aunque sea, en las dinámicas nuevas del reino de los cielos.
Mientras, Caleb está de nuevo en
medio, con su Familia y en su Casa, ahí donde no hay hospitales, donde no hay
niño que muera de pocos días, donde el mar del miedo y de las lágrimas no
existe ya. Caleb está en casa, con su Abba, y está en el centro de los suyos. Y
cuando un hijo llega a casa, no lo olvidemos, siempre hay fiesta.
Gracias, Arturo.
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