En la casa de mi abuelita, cerca de la jardinera y la escalera, hay un pilar que se levanta imponente donde comienza la sala que, por su amplitud, siempre fue el lugar ideal para jugar cuando éramos niños, sobre todo para jugar a las cebollas. Aunque la ronda de primos que llegó después de los mayores también jugó allí a las cebollas, nuestros compañeros de juego fueron los Alafita y Chuchín. A lo mejor me lo estoy imaginando, pero recuerdo a mi tío Martín arrancando uno por uno a Víctor, a Paco, a Poncho, a Beto, a Arturo y a Chuchín. Una tras otra, entre risas y pujidos, se iban soltando del manojo las cebollas hasta que, al final, el único que quedaba era el pilar. A espaldas del pilar y de la jardinera, está la antigua cochera donde mi abuelo estacionaba su famosa combi anaranjada; ahora solo hay cachivaches: las cosas que mis tíos trajeron de la tienda de discos y electrodomésticos de mi abuelo cuando él murió. El polvo de los años se ha ido acumulando sobre herramientas...
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